Mucho se ha mencionado la palabra “ciudadanos” en discursos, artículos, campañas propagandísticas, en slogan de campaña.
Mucho se ha empleado el término como uso peyorativo y a veces huérfano de sentido real.
Mucho se ha utilizado la expresión “ciudadanía” como sinónimo de sociedad o pueblo. Dirigentes políticos, residentes de una ciudad, eruditos, catedráticos, todos en alguna ocasión habrán hecho uso de un vocablo, que a veces por emplearlo a discreción pierde su significado verdadero.
Ser un ciudadano debería ser el título más importante para cada hombre y mujer; debería ser un honor ser considerado un ciudadano y actuar como tal. El mismo Simón Bolívar, en una de sus tantas frases, dijo: “prefiero el título de ciudadano que el de Libertador”.
No obstante, ¿sabemos lo que es ser un ciudadano? Pareciera que lo ignoramos.
Un ciudadano es un hombre o mujer que asume su responsabilidad dentro de la ciudad, que se transforma en un actor vivo y activo en la comunidad y trabaja para mejorar la calidad de vida propia y de los demás.
Un ciudadano se reconoce a sí mismo como factor de cambio y no como simple objeto de ese cambio; un ciudadano participa en temas de interés global, se involucra en actividades que redundan en el bien personal y común. Se entiende como parte de un todo que se llama ciudad.
El ciudadano es motor que mueve a las ciudades, que con su accionar incide en la solución de problemas, en la proliferación de la sustentabilidad local y del desarrollo armónico de la comunidad donde vive.
La diferencia con el pueblo, es que éste es una masa amorfa, impersonal, moldeable y manipulable. Y el ciudadano, a pesar que tiene una visión y concepción del “todo” vecinal o comunitario, no pierde su identidad personal y personalísima.
Las sociedades la construyen ciudadanos que conocen su rol en ella, que no se aísla del resto de las personas y trabajan para ejercer su responsabilidad, su deber y su papel en el desarrollo de las ciudades.
Una de las grandes tragedias en Venezuela es que dejamos de ser ciudadanos para convertirnos en una tumultuosa presencia que llamamos: “Pueblo”. Otra de las tragedias es que dejamos de ser ciudadanos, para ser simples “individuos” que se repiten la frase, cual mantra, de “yo no soy político, por eso no hablo de política… ni me meto en esos asuntos”.
Si el individuo es un ser egoísta, aislado y ensimismado en sus propios asuntos, el ciudadano tiene consciencia del otro y del “todo”.
Si el pueblo es una masa manejable, sin criterio y sin esencia, el ciudadano es el rescate del valor propio, del papel de cada quien en la lucha por una sociedad mejor.
¡Seamos ciudadanos!